A Joyce se le quiere o se le odia, es así. Y yo soy de las que lo aman. No podía dejar que 2022 pasase sin recordar que este año es el centenario de la publicación de su Ulises.
Es un amor reñido, no se crean, la primera vez que lo leí, tardé casi un año. La cosa fue a pequeños sorbos, como el mejor veneno, pero ya no tuve remedio, se me agarró a las venas, y qué sé yo...desde entonces Joyce asoma de vez en cuando en mis lecturas, no puedo quitármelo ya de encima. Tal es así, que en las sucesivas lecturas fui anotando las figuras retóricas que usó. Frase por frase, complejo de hormiga me entró y todo ¿Qué cuántas me preguntan? A vosotros os lo voy a decir...toca leerlo. Una servidora es rara pero no ingenua. Que no, ese trabajo literario no lo vendo, y eso que me han insistido muchas veces. Pero no, para qué voy a tener falsa modestia, que me lo curré yo, y conmigo se queda. Porque mi amor es fetichista, y baldío. Y encima un pajarito me trajo la maravillosa edición de Galaxia Gutenberg para colmar mis sueños, magníficamente ilustrado por Eduardo arroyo (no sé si lo saben, este artista genial dejó como última voluntad artística que se publicara el Ulises con sus dibujos, y vaya si lo consiguió), también una guía para primerizos, de editorial ms Aventuras literarias. Un mapa que a uno lo lleva de la mano por ese gigantesco día que Joyce escribió. Un libro que es como maná, aunque en mi caso llega tarde. O no, porque creo que lo mismo vuelvo a leerlo guía en mano, y seguro que se me caerán los palos del sombrajo, adivirtiendo más hilos del laberinto dentro del laberinto. Es que ya les repito, es un amor ingrato el mío. Aunque a mí me gusta, qué le voy a hacer.
