Hace
unos días volví a tropezarme con estas palabras de Marguerite Duras
en un libro: Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si
escribiésemos.
No sé
si ese es el motivo primigenio que nos impulsa a escribir. Pero desde
luego, sonrío, porque sí encaja en la idea que yo llamo Ímpetu
(benditas reflexiones de la mano de mi amigo Julio Espino) por la
cual todos tenemos Voz (que si no es aplastada por el estilo
forzado que pretendamos imitar, el estilo rígido, el estilo que
encorseta) y por la cual todos tenemos una historia dentro que poder
contar, escribir.
La
primera vez que lei esta frase, me chocó. Lo cierto es que la autora
aquí deja hablar a su niña interior. La Duras que yo conozco es
sobria, de prosa prolija, llana. Tan difícil escribir lo complejo de
forma sencilla...
Aparecieron
en mi mente las veces que no he devuelto un libro. Siempre digo que
solo una vez, a una biblioteca, “El Ocnos” de Cernuda. No es
verdad, tampoco devolví en su momento “El Amante”.
Al
principio me propuse hacerlo, por ello lo memoricé a prisa (fue un
reto, hasta ese momento solo memorizaba en mi palacio mental los
discos de mi hermano que no me dejaba poner). Iría y lo devolvería
aun con retraso. Al final, no pude desprenderme de aquella edición
tan hermosa, con esa portada de Duras niña con ojeras y trenzas.
Como yo. A los catorce años yo no tenía dinero para comprar nada y
mi casa estaba vacía de libros. Y acababa de descubrir que alguien
tenía una voz valiosa y yo quería tener tiempo para leerla, y para
saber si le habían pasado las mismas cosas o parecidas que a mí.
Acaso
ese sí fue el motivo para comenzar a leer. Cada uno tiene el suyo.
Yo
descubrí en la Duras el hambre. La misma miseria, la misma fatiga.
Esa furia de prosa prolija, fuerte, austera. Por eso no me extraña
que se enfadara tanto con Annaud por esa versión forzada y de final
inventado en el cine.
Una
disputa que acabó como hemos hemos visto tantas veces, con una
escritora tachada de huraña y un director de cine pintado de amable
(poderoso es don dinero, había que vender muchas entradas). Pero ese
es otro cuento de nunca acabar.
La
prosa de la Duras, escribir sobre lo que escribiríamos si
escribiésemos, tiene que ver con lo que escondemos, con lo que en
secreto amamos u envidiamos. Con el más puro sentimiento de amor,
con el más atroz e irreverente de los deseos, con eso que robamos en
una tienda, con lo que lloramos a solas, con el cigarro que nos
fumamos a escondidas, con las frases que nos cautivan, con la vida
que nunca alcanzaremos. Escribir es un acto de valentía, contraste
feroz, nosotros que andamos todo el tiempo colgando nuestra vida en
la redes sociales y siendo cautos sin embargo a la hora de sumergir
nuestro corazón en un relato. Un corazón como en agua hirviendo,
destilando palabras que no queremos que nadie sepa que son nuestras,
y que a la vez queremos que no se mueran en el silencio.
Recuerdo
sacar del bolsillo secreto de mi cartera del cole ese libro muchas
veces y tocar su portada. Observar y lamentar esa muchacha sin
belleza, colgando en un fondo negro. Su mirada desde el lado de la
fatiga y el hambre de conocimiento y cariño. La miro muchas veces
como uno de los libros imprescindibles que es en mi mesita (bendita
pila de libros también, que me hacen estirar la noche un poco más)
y me pregunto cuántas voces todavía tendré la suerte de descubrir.
Isabel
Simón