sábado, 22 de mayo de 2021

El Amante

 


Hace unos días volví a tropezarme con estas palabras de Marguerite Duras en un libro: Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos.

No sé si ese es el motivo primigenio que nos impulsa a escribir. Pero desde luego, sonrío, porque sí encaja en la idea que yo llamo Ímpetu (benditas reflexiones de la mano de mi amigo Julio Espino) por la cual todos tenemos Voz (que si no es aplastada por el estilo forzado que pretendamos imitar, el estilo rígido, el estilo que encorseta) y por la cual todos tenemos una historia dentro que poder contar, escribir.


La primera vez que lei esta frase, me chocó. Lo cierto es que la autora aquí deja hablar a su niña interior. La Duras que yo conozco es sobria, de prosa prolija, llana. Tan difícil escribir lo complejo de forma sencilla...

Aparecieron en mi mente las veces que no he devuelto un libro. Siempre digo que solo una vez, a una biblioteca, “El Ocnos” de Cernuda. No es verdad, tampoco devolví en su momento “El Amante”.

Al principio me propuse hacerlo, por ello lo memoricé a prisa (fue un reto, hasta ese momento solo memorizaba en mi palacio mental los discos de mi hermano que no me dejaba poner). Iría y lo devolvería aun con retraso. Al final, no pude desprenderme de aquella edición tan hermosa, con esa portada de Duras niña con ojeras y trenzas. Como yo. A los catorce años yo no tenía dinero para comprar nada y mi casa estaba vacía de libros. Y acababa de descubrir que alguien tenía una voz valiosa y yo quería tener tiempo para leerla, y para saber si le habían pasado las mismas cosas o parecidas que a mí.

Acaso ese sí fue el motivo para comenzar a leer. Cada uno tiene el suyo.

Yo descubrí en la Duras el hambre. La misma miseria, la misma fatiga. Esa furia de prosa prolija, fuerte, austera. Por eso no me extraña que se enfadara tanto con Annaud por esa versión forzada y de final inventado en el cine.

Una disputa que acabó como hemos hemos visto tantas veces, con una escritora tachada de huraña y un director de cine pintado de amable (poderoso es don dinero, había que vender muchas entradas). Pero ese es otro cuento de nunca acabar.


La prosa de la Duras, escribir sobre lo que escribiríamos si escribiésemos, tiene que ver con lo que escondemos, con lo que en secreto amamos u envidiamos. Con el más puro sentimiento de amor, con el más atroz e irreverente de los deseos, con eso que robamos en una tienda, con lo que lloramos a solas, con el cigarro que nos fumamos a escondidas, con las frases que nos cautivan, con la vida que nunca alcanzaremos. Escribir es un acto de valentía, contraste feroz, nosotros que andamos todo el tiempo colgando nuestra vida en la redes sociales y siendo cautos sin embargo a la hora de sumergir nuestro corazón en un relato. Un corazón como en agua hirviendo, destilando palabras que no queremos que nadie sepa que son nuestras, y que a la vez queremos que no se mueran en el silencio.


Recuerdo sacar del bolsillo secreto de mi cartera del cole ese libro muchas veces y tocar su portada. Observar y lamentar esa muchacha sin belleza, colgando en un fondo negro. Su mirada desde el lado de la fatiga y el hambre de conocimiento y cariño. La miro muchas veces como uno de los libros imprescindibles que es en mi mesita (bendita pila de libros también, que me hacen estirar la noche un poco más) y me pregunto cuántas voces todavía tendré la suerte de descubrir.


Isabel Simón





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